De modo que Sófocles no dice que el hombre es mejor que los dioses, ni que es más poderoso que ellos. Pero es deinóteros, y tenemos que indagar —si en todo caso tomamos en serio al poeta— en qué sentido puede serlo. Y la respuesta, introducida por un gàr-exactamente: "ya que"— está proporcionada por todo el resto del coro que enumera y califica los múltiples emprendimientos del hombre. De modo que la respuesta salta a la vista: lo que caracteriza la deinótes del hombre es esta transformación ininterrumpida e inmensa de sus relaciones con la naturaleza, pero además con su propia naturaleza, tal como está claramente significada por el verbo reflexivo edidáxato. Y su alteridad en relación con los dioses se pone en evidencia. Los dioses no se han enseñado nada, y no se han modificado. Son lo que han sido desde que existen y lo serán para siempre. Atenea no se convertirá en una diosa más sabia, Hermes no adquirirá más velocidad ni Hefesto seta un artesano más hábil. Su poderío es un atributo inmutable de su naturaleza, y no hicieron nada para adquirirlo o modificarlo. Construyen, fabrican, pero siempre combinando lo que ya está allí. En cambio el hombre, mortal, infinitamente menos poderoso que los dioses, es más deinós que ellos porque crea y se crea. El hombre es más deinós que toda cosa natural, y que los dioses, que son naturales, porque es sobrenatural. Es el único entre todos los seres, mortales o inmortales, que se altera a sí mismo.
domingo, diciembre 20, 2009
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